Walpola Rahula: Sobre la justicia social

Los que piensan que al budismo sólo le interesan las ideas excelsas, la elevada moral y el pensamiento filosófico, e ignora el bienestar social y económico de la gente, están equivocados. El Buda se interesaba por la felicidad de los hombres. Él sostenía que sin una vida pura basada en principios morales y espirituales, la felicidad era imposible. Mas sabía que era difícil llevar tal vida cuando reinaban condiciones materiales y sociales desfavorables.

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El budismo no considera al bienestar material como un fin en sí mismo, sino únicamente como un medio hacia un fin -un fin más elevado y más noble. Pero es un medio indispensable; indispensable para alcanzar una meta más elevada en la consumación de la felicidad del hombre. Por consiguiente, el budismo reconoce la necesidad de ciertas condiciones materiales mínimas para el éxito espiritual, aun las del monje que, en un lugar solitario, se halla sumido en la meditación.
El Buda no separa la vida del contexto de su fundamento tanto social cuanto económico; la considera como un todo, en todos sus aspectos sociales, económicos y políticos. Su enseñanza sobre problemas éticos, espirituales y filosóficos es bastante conocida; empero, poco se sabe, especialmente en Occidente, acerca de su enseñanza relacionada con asuntos sociales, económicos y políticos. Sin embargo, a lo largo de los textos budistas antiguos hay numerosos discursos que tratan de ellos. Permítasenos dar sólo algunos ejemplos.

 

El Cakkavattisihanada-sutta, N.° 26 del Digha-nikaya, afirma claramente que la pobreza (daliddiya) es la causa de la inmoralidad y de crímenes tales como el robo, la falsedad, la violencia, el odio, la crueldad, etcétera. Tanto los reyes de la antigüedad cuanto los gobiernos de nuestros días, han buscado la supresión del crimen mediante el castigo. El Kutadanta-sutta del nikaya citado, expresa cuan fútil es este método y niega que el mismo pueda tener éxito. En lugar de ello, el Buda sugiere que para erradicar el crimen es preciso mejorar las condiciones económicas del pueblo: proveer de grano y otras facilidades agrícolas a los granjeros y labradores, poner capitales a disposición de los mercaderes y de todos los que negociaren, así como pagar salarios adecuados a los empleados. Cuando el pueblo esté así provisto de los medios para obtener un ingreso suficiente, estará satisfecho, libre del miedo y la ansiedad y, por consiguiente, en el país reinará la paz y desaparecerá el crimen.
Por eso el Buda les dijo a los laicos cuan importante era que mejorasen su situación económica. Mas ello no significa que haya aprobado el atesoramiento de la riqueza con avidez y apego, lo cual es contrario a su enseñanza fundamental, ni tampoco que haya dado por buenas todas las maneras de ganarse la vida, pues, como hemos visto más arriba, existen ciertos comercios que él condenó como medios de vida nocivos, por ejemplo, la fabricación y la venta de armas.

 

En tiempos del Buda -al igual que en nuestros días- había gobernantes que regían sus países injustamente. El pueblo era oprimido, torturado, perseguido, se le imponían cargas excesivas e infligían crueles castigos. Este trato inhumano conmovía profundamente al Buda. Por tanto, el Dhamma-padatthakatha relata que dirigió su atención al problema del buen gobierno; y sus conceptos no deben ser apreciados como contrarios a las condiciones sociales, económicas y políticas reinantes en aquella época. El Buda demostró de qué manera un país podía tornarse corrupto, degenerado y desdichado, cuando los dirigentes del mismo, esto es, el rey, los ministros y los funcionarios volvíanse corruptos e injustos. Para que un país sea feliz, debe tener un gobierno justo. En su enseñanza sobre “los diez deberes del rey” (dasa-raja-dhamma), expuesta en el texto llamado Jataka, el Buda explica cómo esta forma de gobierno justo puede ser llevado a efecto. Naturalmente, el término “rey” (raja) de antiguo cuño, debe ser reemplazado en la actualidad por “gobierno”. Por consiguiente, “los diez deberes del rey” pueden aplicarse hoy día a todos los que constituyen un “gobierno”: el jefe de Estado, los ministros, los dirigentes políticos, los legisladores y los funcionarios administrativos.
El primero de los “diez deberes del rey” significa, literalmente, practicar la generosidad y la caridad (dana). El gobernante no debe sentir ni avidez ni apego por la riqueza y la propiedad, sino que debe donarlas para bienestar del pueblo.
Segundo: un elevado carácter moral (sila). Nunca debe destruir vidas, trampear, robar, explotar a otros, cometer adulterio, decir mentiras, ni tampoco tomar bebidas intoxicantes. Vale decir, por lo menos debe observar los cinco preceptos del laico.
Tercero: sacrificar todo por el bien del pueblo (pariccaga). Tiene que estar dispuesto a sacrificar toda comodidad personal, así como su nombre y fama, y aun la vida en beneficio del pueblo.
Cuarto: honestidad e integridad (ajjava). En el desempeño de sus funciones, debe estar libre del miedo y de todo favor; debe ser sincero en sus intenciones y no engañar al público.
Quinto: amabilidad y dulzura (maddava). Debe ser afable con todos en su trato.
Sexto: costumbres austeras (tapa). Debe llevar una vida simple, no dejarse sojuzgar por el lujo y practicar el autodominio.
Séptimo: ausencia de odio, de mala voluntad y de aversión (akkodha). No debe guardar rencor a nadie.
Octavo: no-violencia (avihimsa); lo cual no sólo significa que no debe dañar a nadie, sino que también es su obligación esforzarse en promover la paz precautelando la guerra y todo lo que implique violencia o destrucción de vidas.
Noveno: paciencia, indulgencia, tolerancia y comprensión (khanti). Debe ser capaz de soportar, sin encolerizarse, toda suerte de penurias, dificultades e insultos.
Décimo: no-oposición y no-obstrucción (avirodha). Es decir, no debe oponerse a la voluntad del pueblo, ni obstruir ninguna medida tendiente al bienestar del mismo. En otras palabras, debe gobernar en armonía con su pueblo
Es inútil decir cuan feliz sería un país si fuese gobernado por hombres dotados de tales cualidades. Mas esto no es una utopía, puesto que en el pasado hubo reyes como Asoka(1) de la India, por ejemplo, que establecieron reinos basados en dichas ideas.

 

 

 

 

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Notas de la traducción

 

(1) Ashoka, hijo de Bindusara, fue emperador de la dinastía Maurya durante el 269 al 231 a de C. Tras un pasado dedicado a la guerra y la devastación se convirtió al budismo, haciéndolo religión mayoritaria de su imperio respetando al resto de cultos. Ashoka consolidó un vasto imperio que ocupó toda la India hasta incluir Afganistán, por lo que se le considera el fundador de la India. La actual bandera de ésta nación tiene en su centro el sello de Ashoka, la rueda del Dhamma. Existen muchas interpretaciones sobre el alcance humanista de sus medidas, pero la mejor aproximación está en la lectura de sus edictos, colocados en forma de columnas dispuestas por toda India. En ellos aparecen leyes que fueron una realidad hace más de 2.000 años, y el sentido de algunas de ellas todavia hoy son una aspiración en las sociedades modernas. Contienen disposiciones como la de plantar árboles de mangos cada determinada distancia para que todo el mundo disponga de comida libremente cuando quiera, o la construcción de hospitales gratuitos tanto para personas como para animales. Ver: The Edicts of King Ashoka http://www.cs.colostate.edu/~malaiya/ashoka.html

 

 

 

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* Extractos del libro “What the Buddha taught” de Walpola Rahula. Publicado en castellano como “Lo que el Buda enseñó”, es un libro siempre recomendado como introducción al budismo.
* El monje y académico Walpola Rahula ha sido una de las personalidades más influyentes del pasado siglo en la difusión del budismo.
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